Escribir sobre Ismael Santos es hacerlo sobre uno de mis primeros ídolos en este deporte que tanto amo, el baloncesto. Isma era el espejo donde un chaval de apenas nueve o diez años, que daba sus primeros pasos en el basket, se miraba continuamente. Era raro fijarse en un jugador que sacrificaba su ego por el bien del equipo, que dejaba atrás su gran faceta anotadora para batirse el cobre con el mejor jugador exterior del equipo rival, un jugador como pocos en cuanto a generosidad y derroche para alcanzar una meta, la victoria de su equipo. Digamos que era el raro del grupo de amigos donde jugaba puesto que a esa edad lo que molaba eran los puntos únicamente y exclusivamente, y era más sencillo fijarse en jugadores diametralmente opuestos a Isma, como por ejemplo en Drazen Petrovic otros de mis ídolos.
Sin embargo, yo ‘polemizaba’ con mis amigos, en grandes tertulias baloncestísticas, asegurando o más bien afirmando con rotundidad que Isma podía anotar veinte o treinta puntos en cada partido pero que su labor era distinta, la defensiva, que sus puntos se daban en otras circunstancias, secando a la estrella rival. Pero como comprenderéis en aquellos maravillosos años era misión imposible convencer a los amigos de lo que hablaba, pero no por ello deje de seguir en mis trece.
Al igual que muchos chavales de aquella época, 1985, el sueño de Isma era jugar en el Madrid, y con trece años hizo las maletas para emigrar de su Galicia natal a la capital de España en busca de su anhelo, en busca de vestir una camiseta con la que mil y una noches a buen seguro se había imaginado portando. Y es que ese escudo, el del Real Madrid, lo llevaba arraigado en lo más profundo de su corazón, su madridismo corría por sus venas y nada ni nadie iban a impedir que alcanzara su meta, jugar en el equipo de sus amores.
Con tesón, esfuerzo y por supuesto muchos sacrificios convirtió su sueño en realidad en 1989 cuando debutó con el primer equipo del Real Madrid. El día en que Isma vio recompensado tantos y tantos días de entreno, de trabajo entre bambalinas apostaría que fue como el despertar de un niño en la mañana de los Reyes Magos, el día que uno vive con especial ilusión y nerviosismo a la vez ante la acumulación de sentimientos y sensaciones, que en muchas ocasiones se entremezclan.
El primer paso estaba dado, y una vez ahí buscó en su interior la fórmula para sobrevivir en ese complejo y maravilloso ecosistema llamado Real Madrid. Se prescribió a sí mismo la receta de la defensa, una cura de la que el Madrid adolecía para frenar a los mejores exteriores de Europa y que muy gustosamente asumió para aportar algo distinto a un equipo plagado de talento.
Esa receta le reportó grandes beneficios en cuanto a éxitos individuales, ser reconocido como uno de los mejores defensores europeos sino el mejor, así como a nivel colectivo, la famosa Copa de Europa de 1995 por ejemplo que es la última que luce en las vitrinas del club. Aunque bien es cierto y tirando del romanticismo que él mismo ha afirmado sentir, su mejor trofeo fue portar la capitanía del equipo y vestir la camiseta madridista durante nueve temporadas.
Pero desgraciadamente todo sueño tiene un despertar, y este llegó de forma injusta y de una manera un tanto grotesca y desproporcionada por todo lo que había dado al club. En un pasillo del Bernabéu recibió el finiquito del club de sus amores acompañado de las palabras: “Chaval se acabaron los romanticismos”. Para un madridista de corazón, de los chapados a la antigua, de los que no se llevan ahora por mor del dinero, Isma comprobó la dureza, la falta de tacto y poco sentimentalismo que existe en este negocio llamado baloncesto. Esas palabras hicieron que algo dentro de él muriera, la pasión por el basket, porque para él jugar a este deporte iba ligado a la camiseta del Madrid, aunque tardaría un poco en darse cuenta de ello.
Emigró a Treviso, a la Benetton, para probar otro enfoque baloncestístico y a buen seguro para no tener que jugar contra su Madrid en muchas ocasiones si se quedaba en España. Y la experiencia, aunque fue fructífera, por ser el conjunto italiano la mejor organización de Europa por aquel entonces, algo había muerto dentro de él, el frenesí por el balón naranja y todo lo que le rodeaba. La falta de motivación le llevó a buscar una nueva experiencia para cerciorarse de su convicción e hizo las maletas para ir a Grecia, y encontrar en su interior que hacer con su vida más allá del baloncesto, encontrar un nuevo aliciente, y tras cuatro meses en el país heleno pareció encontrarlo.
Su nueva hoja de ruta le llevó a trabajar para una agencia de representantes realizando labores de scouting, y ahí se dio de bruces con la cruda realidad de este negocio, con todo aquello que no se ve y que está entre bastidores, el mundo subterráneo del basket, y que para una persona de principios como es Isma era imposible convivir. Y como todo aquello iba en contra de sus principios cerró la puerta tras de sí y buscó en la tranquilidad de la montaña esa paz interior que muy pocos alcanzan y que muchos anhelan.
Durante años se dedicó con esmero y gran afán a su nueva pasión, el montañismo. Había vida más allá del baloncesto, desde las alturas, la majestuosidad y belleza que le proporcionaba la naturaleza, que le permitió seguir siendo fiel a sus principios y honestidad. Palabras que son santo y seña de Isma allí por donde va sin olvidar su gran humildad.
Más allá del jugador de baloncesto, existe una persona cuya espiritualidad, sencillez y visión de la vida son una bocanada de aire fresco para una sociedad muy desestructurada, viciada y egocéntrica, y os animo a escuchar con todos los sentidos este vídeo e interiorizar cada uno de las palabras de Isma, con ellas quizás nuestro día a día sea mejor…
“El fin no justifica los medios, y no hay que hacer las cosas por dinero o por sobrevivir, lo que nos diferencia es el darle un sentido a las cosas, el darle un sentido a la vida que vivimos”.
“… Al final de tus días pienses que tu vida ha tenido sentido”.
“Cuando uno se levanta hasta que se acuesta, no hay tiempo para pararse a pensar, para encontrarte y hablar contigo mismo, y la naturaleza te da eso”
“Vivimos en una sociedad en la cual estamos todos muy desconectados… no solo los hechos sino también lo que uno piensa repercute en los demás”
“Hay muchas cosas que son avaricia, puro vicio o ignorancia. Vivimos en una sociedad que nos ha exterminado el cerebro”
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